Las huellas de la vida consta de cuatro partes, que muy bien podrían ser cuatro caminos. Por eso, el primero de ellos se titula El paseo, historia de amor y desamor en la que un hallazgo fortuito sorprende a Roger, su protagonista, y le empuja a iniciar una aventura que influirá en su vida y en la de otras personas. El autor logra mantener la expectativa y atrapar al lector con la vivacidad de sus emotivas descripciones. El segundo conjunto de relatos, Miradas urbanas, recorre otro tipo de paisajes y fluye con un ritmo distinto. Son «miradas» porque son narraciones breves, muy breves algunas, que destacan por su capacidad de captar una escena cotidiana en la que aparentemente no pasa nada relevante, para transformarla en una ficción que logra generar una poderosa expectativa a través de una visible pero contundente tensión narrativa. En contraste con las sendas urbanas, un tercer grupo de narraciones fluye en Al abrigo de la montaña. La combinación de paisajes con los personajes peculiares que los transitan consigue sumergir al lector en un universo vívido, creíble y real. El autor sabe exponer los miedos, los deseos y las necesidades que sienten los personajes, va variando con destreza los recursos narrativos que mejor se adaptan a cada caso, y logra el aumento progresivo de la tensión narrativa. Recuperando la imagen de las huellas en los caminos del alma, encontramos un último rastro de índole bien distinta. El regreso, última parte de Las huellas de la vida, conforma una novela corta, que, sin salir del ámbito de un pueblo, consigue recrear ese clima mágico que contiene, a la vez, lo mítico y lo cotidiano, cuyos detalles evocadores generan emociones intensas mediante los sentidos. Cabe destacar, como fragmentos especialmente sugerentes e intensos, el momento final, que da lugar a una serie de imágenes y figuras de alto valor poético.
